Tal vez al momento de publicarse esta columna el Partido Popular Democrático ya haya seleccionado –otra vez—un candidato a la gobernación; tal vez no, lo cual no tendría nada de raro con esa nube de incertidumbre que parece haberse estacionado sobre los partidos de la colonia y de la anexión. Pero no es eso lo más importante, o si el designado es el Comisionado Residente o el Presidente del Colegio de Abogados, o el que el PPD se erija con el récord del partido que más candidatos ha tenido en menos de dos meses – a apenas tres semanas de que venza el término para la radicación de candidaturas. Lo importante es lo que lo ocurrido significa para estas elecciones y para el futuro político de Puerto Rico.
La primera lección es sobre el material del que están hechos los líderes (o los candidatos, que no es lo mismo) de los partidarios del ELA y la estadidad. Igual que ocurrió en el PNP con la decisión de Pedro Rosselló de no aspirar a reelección en el 2000, el quita y pon de candidatos a la gobernación en el PPD, y su incapacidad para encontrar candidatos creíbles en ciudades importantes como San Juan y Bayamón, está predicado, más que en las razones particulares de cada uno, en el convencimiento de que no se les garantiza una victoria fácil en las elecciones. Digo victoria fácil porque no es sólo ganar- a año y medio de las elecciones debería ser factible para cualquier candidato del PPD trabajar para un triunfo; es que necesitan pensar que van a ganar a la segura y sin ahogos, o no van. Por eso desde ya la campaña del Partido Popular está centrada no en lo que necesita el país o en los méritos de quien vaya a ser su candidato, sino en que “se cierne sobre el país una terrible amenaza”. La verdad es que no es una terrible amenaza, sino dos: que regrese el PNP o que se quede el PPD. Raya en la desfachatez que esta administración, tras que no puede reclamar cambios reales en lo que fueron los peores legados de la administración de Rosselló –el desastre en el sistema de salud, el bajo nivel de aprovechamiento en la escuela pública, el desorden en la planificación, la perpetuación de la pobreza—recurra a sembrar el miedo con el ex gobernador de quien, después de todo, el gobierno Calderón ha sido discípulo aprovechado. Pretenden ganar con el miedo los votos que no pueden ganar con el trabajo: a los nenes pequeños se los lleva el Cuco; a los puertorriqueños los gobierna Rosselló.
La segunda falla que delata la crisis en el Partido Popular y la situación nada halagadora en el PNP es la imposibilidad de una renovación efectiva dentro de su liderato. Luego de predicar a voz en cuello que lo único que puede salvar a este país es la llegada de “caras nuevas”, han tenido que enfrentarse –ellos y el país entero— a la desilusión de sus flacos ofrecimientos en ese departamento. ¿Cuáles son los “nuevos líderes” a seguir en el nuevo milenio en el PNP y el PPD?
¿El Carlos Pesquera desarbolado y jadeante del motín frente a la Procuraduría de la Mujer, o el Hernández Mayoral que no logró calcular sus circunstancias personales antes de asumir un compromiso como el de la principal candidatura del PPD? Quizás han tenido una revelación, y ahora prefieran revertir a lo que en el pasado les ha funcionado, o sea, al menú que incluye a Pedro Rosselló, a Sila Calderón y según algunos, hasta a Rafael Hernández Colón. ¿De qué estamos hablando?
El PPD quizás opte por un término medio entre lo nuevo y lo viejo: Aníbal Acevedo Vilá, cuya actuación más destacada en el cuatrienio ha sido suplicar porque la Marina no se vaya de Roosevelt Roads, a ver si nos quedamos por los siglos de los siglos con el estancamiento económico en el área este, en lugar de utilizar esas ocho mil cuerdas para darle el impulso que tanto necesita esa zona. Ante ese cuadro, se intensifica el contraste con el liderato del Partido Independentista; una combinación de juventud y experiencia en la que los que llevan más tiempo en esta lucha son de verdad un ejemplo y una inspiración, y en la que los que estamos comenzando sabemos que la vida política no es para satisfacción propia, sino para trabajar por las cosas en las que se creen.
Lo que ocurre en el PPD y en el PNP, sin embargo, va mucho más allá de ser un mal momento institucional. Lo que está pasando es que en el liderato del colonialismo y del anexionismo se están dando cuenta de que se han quedado sin proyecto histórico. Al engaño del ELA y a la ilusión de la estadidad se les acabó la gasolina. Están ahora como el moribundo al que de pronto, ante la inminencia del fin, le comienza a doler todo, y piensa que si se le cura el malestar en la garganta, que no es nada serio, a lo mejor consigue una prórroga para el viaje a la eternidad. Pero de la misma manera que con sanar el catarro no se libra nadie de los efectos de un mal terminal, aunque en el PPD y el PNP encuentren el remedio a sus males menores, nada los salva del trance final. Y eso lo saben ellos. Puede que mañana Rosselló y Pesquera se fundan en un abrazo de hermandad; puede aparecer un candidato que se pinte como el regalo de la providencia al liderato popular. Su única ganancia será prolongar la agonía.
Los independentistas tenemos que recibir con satisfacción esas señales de los tiempos. Con Vieques aprendimos que lo importante es estar listos para recibir las grandes oportunidades. Nadie pudo haber previsto el camino por el cual llegaríamos a ese gran triunfo, cuando una de las grandes luchas de siempre del independentismo se convirtió en el reclamo de todo un pueblo. De la misma forma, nadie puede prever qué forma tomará la circunstancia que permita que la exigencia de soberanía para nuestro país sea la de la inmensa mayoría de los puertorriqueños. Pero, repito, en el desfallecimiento de los otros está la señal de nuestra victoria. Si alguien verdaderamente va por buen camino, somos nosotros.