Aung San Suu Kyi está nuevamente prisionera de la junta militar que gobierna a Myanmar (antes conocido como Birmania), la antigua colonia británica arrinconada entre India, China y Tailandia. Vivir privada de su libertad se ha convertido en la norma para la más importante luchadora por la democracia en ese país asiático. Cuando regresó a su patria para cuidar a su madre enferma en el 1988, tras muchos años de estar establecida con su esposo e hijos en Inglaterra, y de trabajar en Nueva York, Japón y la India, Suu Kyi sabía que no habría regreso a su vida de antes.

Como hija de Aung San (ella, nacida Daw Suu Kyi, incorporó el nombre de su padre al suyo), el asesinado héroe de la independencia de Birmania, y a pesar de su poca experiencia política, representaba la única esperanza para un país sumido en la pobreza y atormentado por el régimen militar. Al poco tiempo de morir su madre, a finales de 1988, se convirtió en la líder del partido Liga Nacional por la Democracia. Su figura reavivó las exigencias de democracia. Luego de que medio millón de ciudadanos acudiera a escucharla a una protesta en la capital birmana de Ragoon, el gobierno se dio cuenta de que la recién repatriada era mucho más que una idealista conmovida por el recuerdo de su padre. Cientos de simpatizantes fueron encarcelados en respuesta a la manifestación, y cuando al año siguiente Suu Kyi escapó milagrosamente a un intento de asesinato fraguado por la junta militar, se le sometió a arresto domiciliario, sin radicación de cargos ni juicio.

En los seis años que estuvo prisionera en la que fuera la casa de sus padres conoció desde el aislamiento más duro – casi tras dos años sin poder recibir visitas o correspondencia de su esposo e hijos- hasta el hambre (tuvo que vender todo el mobiliario para comprar comida, pues el estado no le proveía alimentos). A pesar del clima de represión, y del confinamiento de su líder, en las elecciones de 1990 el pueblo favoreció con un abrumador 82% las candidaturas parlamentarias de la Liga Nacional por la Democracia. Ninguno de los correligionarios de Suu Kyi llegó a ocupar sus puestos, pues la junta militar se negó a reconocer los resultados de las elecciones.

En el 1991 se le otorgó en ausencia a Aung San Suu Kyi el Premio Nobel de la Paz; aún en medio de su estrechez económica destinó la totalidad del premio a un fideicomiso para la salud y educación en su país. Desprovistos de razones para justificar la extensión de su detención, el gobierno militar liberó a Aung San Suu Kyi en julio de 1995, con la prohibición de viajar fuera de la capital o de realizar actividades políticas. En desafío a la prohibición, intentó dos veces salir de la ciudad en automóvil. En ambas ocasiones la policía y el ejército le bloquearon el paso. Permaneció seis días en el vehículo, sin que se permitiera que sus compañeros de partido le llevaran agua o comida. En el 1999 su esposo, a quien se le vedó la entrada a Myanmar desde 1995, murió de cáncer en Londres. De haberse marchado para acompañarlo en sus últimos días, se le advirtó a Suu Kyi, no podría regresar a su país.

La popularidad de Aung San Suu Kyi continúo en aumento; tanto que el gobierno militar, advirtiendo el fracaso de sus estrategias más burdas, acudió a la prensa como medio de ataque. Casi a diario se publicaban caricaturas y artículos satirizando a Suu Kyi y a su partido. En septiembre del 2000, otro intento de viajar fuera de Rangoon resultó en una nueva orden de arresto domiciliario para ella y otros líderes de su partido. Su propio hermano inició un procedimiento legal reclamando su participación hereditaria en la casa en la que Suu Kyi permanecía detenida, con la intención de donar su parte al gobierno y dejarla sin techo, de forma que se justificara su traslado a una prisión. La presión internacional obligó a que se produjera su liberación en mayo de 2002, pero la junta militar se negó a hacer ningún tipo de concesiones políticas, y descartó la idea de convocar a elecciones.

El 30 de mayo de este año, luego de un violento encontronazo entre miembros de la Liga Nacional y turbas pro gobierno, Aung San Suu Kyi fue otra vez detenida, esta vez en un lugar no revelado, y al que sólo han podido visitarla enviados de la Cruz Roja.

En uno de sus escritos mas difundidos, “Libertad del miedo”, Suu Kyi explicaba que: “No es el poder el que corrompe, sino el miedo. El miedo de perder el poder corrompe a los que lo ostentan y el miedo al azote del poder corrompe a los que están sujetos a él. El miedo...es la peor forma de corrupción...porque sofoca y destruye todo sentido del bien y el mal”. Cuando un pueblo se hastía de vivir enjaulado por el miedo, deja de ser como “agua atrapada entre las manos”, para convertirse en “astillas de cristal”, que aunque pequeñas y apenas visibles tienen el poder punzante para defenderse de las manos que intentan aprisionarlas.

Lo que en su padre fue el arrojo militar que lo convirtió en un héroe, en ella ha tomado la forma de una valentía a prueba del miedo a la derrota, a la cárcel, o a la pérdida de todo lo que le es querido. Pero sobre todo, ha sido el acicate para que cientos de miles de personas en Myanmar, gente sencilla y común, pierdan el miedo a luchar por su libertad. Para Suu Kyi, “la osadía puede ser un don, pero aun más preciado es el valor que se adquiere a través de lo que uno hace, el valor que nace de cultivar el hábito de no dejar que el miedo dicte las acciones de cada uno”.

Rodeada de multitudes o aislada en su encierro, Aung San Suu Kyi ha conquistado el miedo y ha hecho su parte. Sin embargo, su llamado a aquellos “que quieran hacer una diferencia en el mundo...para que extiendan su mirada mas allá de sus fronteras...para que usen su libertad para lograr la de otros”...ha recibido una tibia respuesta. En ausencia de petróleo o de otros intereses militares o geopolíticos, a los países que se jactan ser abanderados de la democracia en cada rincón del planeta, les incomoda menos el abuso y la opresión. El enviado de las Naciones Unidas insiste en “darle tiempo” a la junta militar. El mismo George Bush que mantiene a Iraq en estado de sitio ha asumido una posición distante, y sólo la presión de algunos congresistas logró disuadirlo de levantar las sanciones impuestas al tiránico gobierno de Myanmar. Los más grandes son, después de todo, las víctimas mas fáciles del miedo del que hablaba Suu Kyi, el que sofoca y destruye todo sentido del bien y el mal.