Como apuntaba José de Diego en su poema “Aleluyas”, “también el centro es parte de la bola del mundo”. Así, las realidades que en nuestro pequeño archipiélago tenemos por unas tan íntimas y autóctonas, encuentran sus pares en todas las latitudes. Similar batalla a la que libramos los independentistas en Puerto Rico frente a “los caballeros del norte” de los versos de De Diego, la libra el Partido Nacional Escocés frente a lo que queda del imperio británico. De hecho, hoy el independentismo escocés (que cuenta hasta con Sean Connery, el primer James Bond, entre sus filas) es la segunda fuerza política en Escocia. De la lucha por la libertad de Irlanda del Norte, que sigue hasta nuestros días, don Pedro Albizu Campos obtuvo inspiración y ejemplo. El pueblo palestino continúa su largo y amargo esfuerzo por lograr el reconocimiento de su lugar en el mundo. En América, la provincia canadiense de Quebec ve también la secesión como la alternativa a un federalismo que restringe su capacidad de desarrollo y que interfiere con su identidad; hace unos años, casi la mitad de los quebequenses favorecieron la independencia en un referéndum.

Y en las entrañas mismas de la “madre patria”, en ese territorio en el que se asientan las naciones que juntas y revueltas conocemos como España, Cataluña y el País Vasco exigen no sólo la conservación de sus identidades culturales, sino el reconocimiento político a la soberanía que merecen como naciones distintas, sobrevivientes vigorosas a los intentos de suprimirlas bajo el peso de un españolismo homogeneizante. Tan importante es la voluntad de independencia de esas naciones en la vida política española, que hasta el realísimo compromiso de bodas del Príncipe Felipe ha tenido que pasar a un segundo plano, frente a los temas que tienen al país en vilo: por un lado la presentación ante el parlamento vasco del Plan Ibarretxe, diseñado para encauzar por la vía legislativa el proyecto de independencia del Partido Nacionalista Vasco (PNV), y por otro, la duplicación de votos de Esquerra Republicana Catalana (ERC), el partido independentista que tras las elecciones del 16 de noviembre, se ha convertido en la fuerza política decisiva de Cataluña.

Ambos hechos han sembrado el pánico entre el antiindependentismo español (tan parecido al de aquí que con sustituir nombres de personajes y partidos los artículos más rabiosos de “ABC” o “El País” se pudieron haber publicado en Puerto Rico), que ve cómo la noción de una nacionalidad separada ha superado el aspecto meramente cultural (los idiomas vasco y catalán fueron ilegalizados por la dictadura franquista, así que tras dos generaciones de prohibición, hace menos de tres décadas que se hablan libremente) y comienza a tomar forma en exigencias políticas concretas. En el caso del País Vasco, la alarma la produce el que, rechazada por el PNV la violencia de la ETA, la vía democrática del trámite parlamentario, otrora manipulada por los más reaccionarios, se haya convertido en el canal principal de la lucha por la independencia. Que una cosa es atacar, con toda la razón y más, el terrorismo, pero ¿cómo hacer frente a un proyecto de ley, con el que hasta los representantes vascos de la Iglesia parecen estar de acuerdo? El gubernamental Partido Popular ha acudido despavorido a los tribunales, ante los cuales han presentado la peregrina petición de que se descarrile un proceso legislativo iniciado por los representantes democráticamente electos por el pueblo vasco. Con diversos matices de complicidad, el Partido Socialista Español (PSOE) y la Izquierda Unida, asienten a este asalto a la libredeterminación.

Esa misma pasividad de los partidos tradicionales ha sido instrumental en el triunfo en Cataluña de Esquerra Republicana. Porque allí la noticia no es el por ciento ganador del Partit dels Socialistes de Cataluña (PSC, brazo local del PSOE) o el mayor número de escaños de Convergéncia i Unió (CiU), sino el 16.4% de votos cosechados por ERC, que cinco elecciones atrás rondaba el 4% y que hoy, ante la inexistencia de una mayoría real en votos o en escaños del PSC o de CiU, decidirá cómo se inclina la balanza de la política catalana. Esquerra ha repuntado ante la incapacidad de los partidos mayoritarios de hacer valer su supuesta agenda –ni supieron los nacionalistas defender los intereses nacionales– cuando eso supuso un enfrentamiento con el gobierno madrileño ni lograron los socialistas impulsar los cambios sociales que prometían. Frente a ese desgaste, Josep Lluis Carod Rovira, líder del independentismo, trae una nueva noción de nacionalismo, en la que no se trata de “dar clases de historia” a los no catalanes, sino de convertir Cataluña en una sociedad económica y socialmente inclusiva; una idea de progreso en la que se supera “la mentalidad provinciana” de tener a Madrid como referente prioritario, para “abrirse a Europa y al mundo”. A la par, Carod dirige el camino hacia una “Cataluña libre y soberana”, haciendo claro que la ideología de Esquerra no es negociable y que quieren estar en el gobierno catalán “en condiciones de dignidad” y que “si no se dan esas condiciones... prefiero estar en la oposición”.

La confianza del pueblo catalán en la integridad de Esquerra llega aún hasta los que no comparten su ideario político; la reunión a la que Mariano Rajoy, secretario general del Partido Popular, convocó a los máximos representantes de la empresa y la banca catalanas para renovar la dosis de miedo ante el avance del independentismo, terminó, para su desazón, con declaraciones de varios asistentes de que para nada les incomoda ni intimida la presencia de Esquerra en el gobierno.

El debate sobre la propuesta política contenida en el Plan Ibarretxe del Partido Nacionalista Vasco y la nueva posición de Esquerra Republicana Catalana como eje del gobierno de Cataluña son noticias extraordinarias para el independentismo puertorriqueño. Representan el triunfo de nuestras mismas ideas ante retos similares; son para nosotros un aliciente y una esperanza. La reacción de sus adversarios –el espanto ante cada triunfo, la política del miedo, el discurso de la exclusión– es también la misma de los que aquí se oponen a que Puerto Rico se sacuda del yugo de la dependencia para buscar un camino más próspero que le permita unirse al mundo. Pero el calendario de la historia, más rápido o más lento, marcha inexorable, y esa realidad del triunfo de la soberanía que hoy vislumbran vascos y catalanes, será algún día también la nuestra.