Ninguna persona en sus cabales haría una fiesta para celebrar el hecho de que, en su casa, las determinaciones fundamentales (quienes pueden visitarlo, qué cosas puede comprar, con quién y a través de qué medios se puede comunicar), las tome un vecino. Para cualquier familia, sería simplemente intolerable una intromisión tan pretenciosa, y no vacilarían en increpar al vecino invasor para ponerlo en su sitio. Sin embargo, esa fue precisamente la celebración que el pasado domingo tuvo lugar en Ponce, con el auspicio del gobierno, la participación de sólo uno de los tres partidos históricos del país y el gasto de dineros pertenecientes al pueblo de Puerto Rico. Como lo han venido haciendo por cincuenta y dos años, el liderato del Partido Popular Democrático festejó, con discursos, música y confeti, el que en Puerto Rico no puedan mandar los puertorriqueños.
Es quizás la más grande contradicción del status que vivimos: la brecha inmensa entre las aspiraciones individuales y el conformismo colectivo. A los jóvenes se les habla del valor de la autosuficiencia y de la honra del trabajo, mientras el gobierno patrocina la dependencia y se ufana del mantengo bajo el que ha sepultado la voluntad de tantos puertorriqueños.
Se pretende que las nuevas generaciones desarrollen más respeto propio, pero los patrocinadores de la colonia no tienen mayor felicidad que la de cumplir la voluntad de otro país. Se predica el respeto a la vida, aunque la posición gubernamental sea la de apoyar una guerra en la que tantos de los nuestros han muerto. Como es natural, en esa confusión de mensajes lleva las de ganar el de la dependencia y la sumisión, y los resultados los tenemos a plena vista.
La celebración de este aniversario del ELA se dio en un momento en que, como nunca, están al descubierto las deficiencias de un sistema que con cinco décadas de oportunidad, aún no ha logrado engranar. Este veinticinco de julio lo tuvo que celebrar el partido de gobierno con la activación de la Guardia Nacional, con la partida de varias compañías manufactureras aun reciente, y en medio de una ola de violencia tal, que lo mismo en centros comerciales atestados de gente que en la fila de Burger King se cometen asesinatos a plena luz del día. Son las grandes ironías que trae la rueda de la historia: aquellas visiones apocalípticas con las que ese mismo partido aterrorizaba a la gente, anunciándolas como la consecuencia inevitable de la independencia, cuando se están materializando es ahora, con “lo mejor de los dos mundos”. Es bajo el ELA, no bajo ningún otro status, que hay soldados en las calles, que las empresas norteamericanas están a la huida, y que sufrimos una virtual guerra civil.
Para no dejar atrás ningún elemento tercermundista, el cierre en pleno verano de una playa visitada por miles de familias debido a contaminación con coliformes, ha traído de nuevo a la atención pública el que en pleno XXI, la mitad del país está sin conectar a un sistema de alcantarillados. Primero en el sur y ahora en toda la isla, una epidemia de meningitis mantiene a la población sobre ascuas, mientras el Departamento de Salud expresa una preocupación moderada. Y para que nadie diga que la fiesta del ELA es responsable de más contagios, la señora gobernadora se comprometió con la repartición de toallitas en Ponce. Es el progreso que se ve.
Hoy martes 27 de julio, le llega el turno a una celebración igualmente anómala. Al amparo del natalicio de don José Celso Barbosa, el sector estadista festeja su insistencia en querer ser parte de un país que con igual determinación se ha negado a abrirles las puertas. Es la conmemoración del desamor y el abandono, que lejos de tomar matices de despecho, sigue siendo la de la entrega absoluta.
Entre los carnavales del atraso y el desprecio, el independentismo observó el domingo un día de recordación por los muchos hombres y mujeres que han dado su vida por la libertad de su patria. En el Cerro de los Mártires, en Villalba, el Lcdo. Rubén Berríos, orador invitado este año, honró la memoria de los que a pesar de la persecución y el discrimen no se rindieron. Mientras tanto, en Guánica, se denunciaba la invasión que hace 106 años trajo el yugo que otros llevan con gustosa sumisión.
Sin pompas ni fastuosidades, sin saqueos al erario ni donativos de inversionistas políticos, el domingo, en Villalba y en Guánica, en la montaña y la costa, renovamos nuestro compromiso para que pronto llegue el día en que en esta nuestra casa, sea nuestra propia familia la que gobierne. Es lo que cada cual quiere para sí, y es lo que nosotros queremos para nuestro país.