Tal parece que en lo que se refiere al tema del status, el liderato estadolibrista y el liderato estadista han sucumbido al mal de Peter Pan: como el personaje del cuento, se rehúsan a crecer, y prefieren pasar sus días en el limbo de la Tierra del Nunca Jamás, donde el tiempo se ha detenido y las responsabilidades de la adultez son algo que sólo existe en otro lugar distante y nebuloso. Es por eso que la discusión sobre un mecanismo para impulsar la descolonización de Puerto Rico se ha trabado de tal forma que parecería un juego entre rojos y azules, y no la respuesta responsable ante el fundamental problema de nuestra subordinación política.

El Partido Nuevo Progresista dice un día que sólo considerará su propuesta de referéndum y nada más. La semana siguiente, sin encomendarse a nadie y sabiendo de antemano que el PNP se opondría, el gobernador PPD aparece con su proyecto para efectuar una votación entre Asamblea Constituyente y referéndum. Es el contubernio de siempre entre rojos y azules para hacer que hacen, sin que en realidad hagan nada. Cada cual salva cara diciendo "Yo estaba en la mejor disposición de hacer algo con el status, pero esa partida de intransigentes del otro bando no me dejaron". Al final, después de mil discursos de estadidad ahora y culminación del ELA, los dirigentes de ambos partidos confirman con sus actuaciones que la Tierra de Nunca Jamás que es la colonia es el sitio donde el PPD se quiere quedar y de donde el PNP no se quiere ir.

Detrás del tango de la inmovilidad que tan apasionadamente bailan los líderes rojos y azules está el temor peterpanesco a enfrentarse al mundo real; un mundo en el que la estadidad no tiene ninguna posibilidad de ser aceptada por los Estados Unidos y en el que la única salida para el ELA es hacia mayor soberanía. Lo de la estadidad quedó claramente demostrado en el proceso del Proyecto Young en el 1998, cuando el Congreso no quiso ni siquiera darle la oportunidad a los puertorriqueños de votar por esa opción-una estadidad, por cierto, que presuponía un proceso de transculturación antes de cualquier intento de incorporación al cuerpo político norteamericano.  La conciencia de la imposibilidad de la anexión que dejó esa experiencia se deja ver en toda la forma de hacer política el PNP. ¿Cuánto hace que el asunto de status dejó de ser tratado con vehemencia y entusiasmo por el liderato estadista? Para el PNP, el status se ha convertido en un tema accesorio, que, si acaso, abordan más por costumbre que por convencimiento.

En el Partido Popular la situación tiene sus particularidades. Para empezar, qué es el ELA culminado sigue siendo la gran interrogante, para la cual existen tantas respuestas como populares a los que se les pregunte-sin contar a los que simplemente tartamudean ante el cuestionamiento. La gran mayoría del liderato estadolibrista ni siquiera ha llegado al punto en que puedan admitir que el ELA, esta condición que permite que las leyes de un país extranjero rijan nuestra vida, es un status colonial. Esa negación ha legado a nuestro vocabulario político frases como "déficit de democracia" y "vestigios coloniales", que es como decir que se está medio embarazada.

Sólo algunos episodios traumáticos (Vieques, como demostración del daño que concientemente pueden infligir los estadounidenses a los puertorriqueños, o la intervención del tribunal federal en las elecciones pasadas) les han permitido articular, aunque con cierta timidez, que hay instancias en que el dominio de Estados Unidos según lo permite el ELA es claramente abusivo e inmoral. Pero aún a los populares en mayor sintonía con la realidad se les hace difícil dibujar ese horizonte más allá de la Tierra del Nunca Jamás-porque saben muy bien que el único crecimiento posible para el ELA es hacia una mayor soberanía. Y eso, para muchos en el PPD, significaría tener que tomar del agua que ellos mismos han ensuciado. En una institución que ha dedicado tantos esfuerzos (incluyendo tantos fondos públicos) a perseguir a la independencia, asimilar que el futuro político tiene que partir de un rompimiento con la dependencia de la que la han vivido, es un proceso que requiere una madurez que todavía no han alcanzado.

Así que, aunque cada uno con sus matices, el tema del status representa para el PPD y el PNP lo mismo: enfrentarse a un mundo para el que no los ha preparado su trayectoria histórica. La estadidad no va llegar -ni en su versión jíbara, como prometía Ferré, ni con un saco de promesas para los pobres, como pregonaba Romero. El estado libre asociado no va a "culminar"; va en todo caso a transformarse. De ahí la resistencia del liderato de esos partidos a asumir un compromiso legítimo con un proceso que, a la corta o a la larga, está abocado a enterrar las aspiraciones sobre las cuales han cimentado sus luchas para llegar al poder y ser los manejadores del presupuesto del país.

Las mismas razones que ahuyentan a populares y penepés son las que alimentan el convencimiento del Partido Independentista de que hay que atender, ya y con seriedad, el tema del status. La dependencia ha demostrado ser el obstáculo para nuestro crecimiento. En el mundo de hoy no hay cabida para un sistema político basado en la subordinación y el aislamiento. Llegó el momento del cambio. Los puertorriqueños estamos creciditos para andar, como Peter Pan, revoloteando en una isla de fantasía.