Hace apenas unas semanas, el liderato del Partido Popular dedicaba todas sus energías a minimizar el Informe del Grupo de Trabajo de Casa Blanca que certificaba al ELA como un status territorial, transitorio, sujeto a los poderes plenarios del Congreso e incompatible con el sistema constitucional de los Estados Unidos. Alegaban que el Informe carecía de validez porque apenas tenía 10 páginas (que son, después de todo, nueve más que los 10 mandamientos), que no era decisivo porque no estaba suscrito por el Presidente (quien tampoco lo ha desautorizado) y que no era jurídicamente aceptable porque no hacía referencia a derecho internacional (cosa que pretenden denunciar ante el Comité de Descolonización de la ONU con el insólito argumento de que ser colonia es un derecho violentado por la propuesta descolonizadora de Casa Blanca). El desconcierto dentro del PPD no es para menos. El delito del coloniaje se configuró con la complicidad de ese partido y el gobierno de los EE.UU. Hoy, ese coautor se ha convertido en testigo del pueblo y acepta que nunca ha habido nada parecido a un "pacto bilateral", y que, en efecto, han engañado a los puertorriqueños y al mundo entero por más de medio siglo.
Con esa confesión le quitan al PPD toda posibilidad de reclamar inmunidad en el juicio de la historia, y peor aún, le condenan al papelón de tontos útiles en la satisfacción de sus necesidades geopolíticas durante la extinta era de la Guerra Fría. Por eso el partido rojiblanco, que hasta hace unos días pregonaba que el Informe era un ejercicio inconsecuente y que era del todo imposible que el Senado federal atendiera en este término una medida sobre Puerto Rico, ha canalizado su desesperación a través de presentación en ese cuerpo de un proyecto de ley que busca recrear el nacimiento del ELA en la década del 50, con el fin de recuperar la apariencia de legitimidad que hoy les niegan los mismos americanos.
Haciendo lo que mejor saben, el Partido Popular ha pervertido el concepto de Asamblea Constitucional de Status promovido por el PIP y por otros sectores para convertirlo en la Asamblea Colonial de Status. El proyecto congresional, que a falta de auspiciadores mejor reputados ha sido presentado, entre otros, por Trent Lott y Edward Kennedy, en primer lugar "reafirma la autoridad del ELA" para convocar a una convención constitucional. Con esa cláusula lo que se reafirma es la visión del colonialismo más rancio dentro del PPD, representado por Hernández Colón y progenie, quienes siempre han sostenido que los puertorriqueños no podemos, sin el permiso de los Estados Unidos, iniciar un proceso de ese tipo. En segundo lugar, el proyecto presenta, como opción de status para el sector estadolibrista "un nuevo o enmendado pacto de asociación" para remplazar o enmendar el "pacto" de la Ley 600. Esa es la propuesta que refleja el estado de negación del PPD frente a la clara determinación del Grupo de Trabajo, que establece que "la Constitución de los EE.UU. no permite ese tipo de arreglo".
Finalmente, para remachar el afán retrógado del PPD, el proyecto dispone que, al igual que ocurrió en 1952, la validez de los acuerdos de la constituyente dependerá de ratificación congresional. Tan puro es el proyecto en su expresión colonialista, tan clara su intención de retrotraernos a mediados del siglo pasado, que el inmovilismo clásico del PPD (Muñoz Mendoza, Hernández Colón, Acevedo) saltó a darle su apoyo incondicional, seguidos de cerca por el ‘fan club’ de más reciente creación de Acevedo Vilá, compuesto por esa especie particular que en Cuba son más comunistas que Fidel, en Venezuela son chavistas a ultranza, en Bolivia mueren por una foto con Evo Morales, pero aquí besan el suelo que pise cualquier popular instalado en Fortaleza.
Ahora, con lo que no contaba el Partido Popular es con lo que significa la radicación de su proyecto de asamblea colonial no en sí mismo, sino en el contexto de todo lo que está ocurriendo sobre el tema del status. Con la próxima presentación del proyecto impulsado por el Comisionado Residente, que deberá incorporar las recomendaciones del Grupo de Trabajo, serán dos las medidas ante la consideración del Congreso de los EE.UU. Ambas se suman al reclamo histórico del independentismo, en Estados Unidos e internacionalmente, por un cambio en la relación política con ese país. Hoy, como nunca antes en la historia de su dominio sobre Puerto Rico, le consta al gobierno norteamericano el interés de absolutamente todos los sectores ideológicos en la discusión del asunto más fundamental en nuestro país.
Aunque persistan las diferencias en enfoques, mecanismos, y propuestas para una solución definitiva al problema del status, ya ha quedado configurada una base de consenso para el reclamo de acción. Esto era, después de todo, lo que perseguía el proyecto de status aprobado por Cámara y Senado y vetado luego, en aquel vergonzoso reversazo, por el gobernador. Con aquel veto, y ahora con su oposición a la votación de colonia sí o no recomendada por el Grupo de Trabajo, el presidente del PPD ha pretendido honrar la tradición amordazadora de su partido.
Antes no nos dejaban hablar contra la colonia; hoy no quieren que votemos contra la colonia. Pero la gran ironía es que tratando de contener la expresión de los puertorriqueños, han contribuido a forzar a hablar al americano. Si aquí se hubiese celebrado en el verano pasado la votación propuesta por el proyecto de status, probablemente el Informe del Grupo de Trabajo habría seguido otro cauce. Pero la corriente de la historia viene hoy con tal ímpetu que mientras el liderato PPD intenta contenerla por un lado, el torrente salta por otro.
El mundo ha cambiado, la realidad política no es la de hace cincuenta años, y por eso el proyecto congresional que pretende revivir el astuto engaño del siglo pasado resulta hoy un penoso anacronismo. El mapa está trazado para la ruta a la descolonización y por primera vez, hay sectores importantes en el gobierno de Estados Unidos atentos a las señales del camino. Queriendo o sin querer, el liderato colonialista tendrá que empezar a transitar esa vía. Más les vale ajustar la brújula.