Nuevamente nos reunimos en Lares, para recordar a los patriotas que dieron su libertad y su vida por la causa sagrada de la independencia. Venimos al lugar que, con toda justicia llamamos el altar de la patria porque lo que ocurrió aquel 23 de septiembre fue sobre todo un acto grande y arrojado de fe, en un momento en que era difícil, entre la neblina espesa del coloniaje español, dibujar con claridad la silueta de la liberación. La prueba de esa dificultad está en el desenlace del Grito: muerte, encarcelamiento y exilio para nuestros patriotas, y la continuación del yugo colonial para nuestra isla. ¿Qué le faltaba al independentismo del 1868 para poder triunfar? Valor no era, y ahí tenemos la figura gallarda de Manolo el Leñero y los que con él se lanzaron a la insurrección. Tampoco inspiración, que fue con mucha ilusión que Mariana Bracetti, bordó la enseña libertaria. No faltó sacrificio, y aquí hay que recordar a Segundo Ruiz Belvis, que dejó la vida buscando recursos y apoyo para el levantamiento. Y ciertamente, no carecía de dirección, de inteligencia, de amor patrio, la gesta que tuvo al frente al Padre de la Patria, Dr. Ramón Emeterio Betances. Todo lo que dependía de aquellos extraordinarios hombres y mujeres estaba, pero faltaban circunstancias que permitieran que ese fervor patriótico cuajara en victoria. Y siguieron faltando esas circunstancias cuando José de Diego se convierte en portaestandarte de esta lucha, cuando don Pedro Albizu Campos asume la dirección del Partido Nacionalista, y luego, cuando fundado el PIP, don Gilberto Concepción de Gracia nos decía que nuestra vida tenía que estar siempre “sin flaquezas, sin claudicaciones, sin temor a los poderosos-hasta que nuestra alma entre al misterio de la eternidad, dedicada a la democracia, a la paz, a la independencia de Puerto Rico, a la genuina justicia social”. Persistía, cuando don Gilberto hizo esa ferviente declaración de amor a la patria, la neblina del 1868. Pero persistía también la fe, esa capacidad del corazón, del espíritu y del intelecto, de conocer lo que no es visible. Por eso Lares es altar; porque aquí se inauguró nuestra fe, y porque en los que estamos aquí reunidos, vive el valor, el sacrificio, la ilusión, el arrojo, del Leñero, de Mariana, de Ruiz Belvis y Betances. Sólo que hoy, 23 de septiembre de 2007, hay algo más. Y es que gracias al recorrido largo y azaroso que han hecho iluminados por esa fe, generaciones de luchadores por la independencia; esa fe que, igual que el agua se hizo vino en Caná ha transformado en alegría y entusiasmo la persecución y los sinsabores, hoy, a las virtudes sin las que no sería posible la lucha, se unen las circunstancias que la historia le negó a los que nos precedieron. ¿Cuánto no habría dado Betances, por ver al ejército invasor retirándose de nuestra tierra como los vimos nosotros en Vieques y Roosevelt Roads, derrotados por la desobediencia civil en la que los independentistas fuimos punta de lanza, por la que tantos aquí estuvimos en la cárcel? ¿Cuánto no habría dado de Diego, por ver la bancarrota de la colonia? ¿Qué bálsamo habría sido para Albizu, en sus terribles años de cárcel el apoyo y solidaridad de toda América, como la logramos en noviembre pasado en el Congreso Caribeño y Latinoamericano en Panamá, cuando partidos de todo el continente dejaron atrás diferencias y distancias para decir con una sola voz, vamos a culminar la agenda bolivariana con la independencia de Puerto Rico? Don Gilberto, que veía cómo, en la ONU, lo que él hacía por un lado, por el otro los intereses coloniales lo deshacían: ¡cuánta satisfacción no habría llenado el corazón de Concepción de Gracia ver al Comité de Descolonización aprobando la resolución por la independencia de Puerto Rico sin el sabotaje de antaño, y ver a ese comité recomendar que el caso de Puerto Rico llegue al pleno de la ONU! Y hablo de las grandes figuras de nuestra historia, que representan el lazo que nos une, pero ustedes conocen, en cada pueblo, en cada comité, a los que caminaron sin desanimar en la oscuridad de las circunstancias más adversas, sin más guía que la fe.

Hoy la realidad es otra. Los Estados Unidos aceptan que el status colonial no puede perdurar. La imposibilidad de la estadidad se hace cada día más patente. Y que nadie se llame a engaños. Es verdad que la estadidad no le conviene a los americanos, que no quieren a un territorio que se convertiría en una carga económica, y que su sistema federado es incompatible con la anexión de una nación latinoamericana. Pero la razón de fondo, la verdadera muralla contra la estadidad, es la existencia de un movimiento independentista vigoroso, organizado, que no se rinde ante nada y que no se ha dejado seducir por la confusión. Por sobre cualquier otra razón, la estadidad es imposible porque nosotros los independentistas, los independentistas—no los que se arropan lo mismo con la monoestrellada que con la pecosa, no los del lelolai con unión permanente--nosotros los independentistas, la hacemos imposible, y el que no entienda esto está en la luna de Valencia.

Así, en este nuevo escenario, nuestra primera obligación es no permitir que el cansancio que nunca abatió a Betances, a Albizu, a don Gilberto, se apodere de nosotros, porque ese día le estaremos faltando a nuestra historia. No podemos ser herederos perezosos que en el día de la vendimia dejan perder el fruto. Más que nunca, es nuestro trabajo fortalecer el instrumento de lucha que es el Partido Independentista Puertorriqueño, y abrazar la tarea de construir la independencia, que no sólo es una aspiración que responde al imperativo moral de que un pueblo debe mandarse a sí mismo; es la independencia que representa la única oportunidad de transformación material para un país en el que la pobreza ya no puede esconderse debajo de la alfombra, y en el que el status se ha convertido en un obstáculo insalvable para el crecimiento económico, como lo demuestra la intervención del tribunal de los Estados Unidos en temas como el de la industria lechera, y la anulación de los certificados de necesidad y conveniencia que protegían a las farmacias puertorriqueñas del avance de las cadenas extranjeras.

Cada día más, se hace patente que el proyecto de futuro para nuestro país tiene que ser un proyecto de independencia. Los tiempos se acercan y han de cumplirse, como profetizaba el padre Betances. De nuestro entusiasmo, de nuestro trabajo, depende que se cumpla la promesa de libertad a la que nuestros mayores se consagraron aquí en Lares. Nos ilumina su fe, nos guía su ejemplo y haremos nuestra independencia teniendo por cimientos sus esperanzas.