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A treinta y siete años de Maravilla

Entonces la mente no da para lamentar accidentes del camino, el largo tiempo del trayecto o las curvas infinitas de la ruta

Por Hugo Rodríguez Díaz
Publicado en El Vocero
29 de julio 2015

Por un error del GPS del teléfono celular no llegué a tiempo para el acto político que se llevó a cabo el pasado sábado en Villalba. La aplicación emitía una voz femenina, algo metálica y con acento de España, cuyas instrucciones me extraviaron por más de una hora. Cuando terminé en una estrecha carretera que moría en el portón de una finca privada, recurrí al método antiguo pero infalible de bajar el cristal del auto y preguntar direcciones.

 

Cruces maravillaLuego de kilómetros de curvas sinuosas llegué al Cerro Maravilla cuando la actividad había concluido. A algunos compañeros los vi bajando ya en sus carros. A otros los saludé mientras se alejaban a pie de los predios donde se celebraron los actos. Con la zozobra de haber fallado a la cita y el coraje por haber dependido del engañoso aparato, subí hasta las torres del tope de la montaña. No había ya discursos. No se escuchaba música. Solo había una brisa suave y la actitud reverente de las personas que se acercaban. Algunos se paraban junto al humilde monumento y pedían en voz baja a otros que les hicieran fotos. El tono era de respeto, como si no quisieran despertar a los que allí fueron ultimados.

Dos cruces de cemento recién pintadas de blanco, frente al asta de una bandera puertorriqueña, marcan el lugar donde ocurrieron los asesinatos. 'Carlos Soto Arriví 1960-1978' y 'Arnaldo Darío Rosado 1955-1978' leen las inscripciones. Entonces la mente no da para lamentar accidentes del camino, el largo tiempo del trayecto o las curvas infinitas de la ruta. Toda la rabia se vuelca hacia el abuso cometido en el Cerro Maravilla el 25 de julio del año que marcan las dos cruces.

Ese día un agente encubierto de la Policía de Puerto Rico llevó a dos jóvenes independentistas a ese apartado paraje. Allí los esperaban otros miembros del cuerpo que los acribillaron mientras estaban en el suelo indefensos. La coartada inescrupulosa había sido preparada de antemano: que la policía mató en defensa propia a dos terroristas que querían destruir las torres de comunicación de la montaña. En palabras que lo han perseguido toda la vida, el gobernador de entonces llamó héroes a los asesinos.

Tuvieron que pasar varios años para que el cuento de los supuestos terroristas se desinflara y la historia verdadera se conociera. La policía planificó y ejecutó el linchamiento de dos jóvenes independentistas. El encubrimiento fue tan grosero como las muertes mismas. Agencias de ley y orden participaron. Hubo convictos por lo eventos y fiscales que exoneraron a los participantes fueron desaforados. Aun así, la versión oficial siguió contradiciendo la lógica. Aunque aceptaban por fin que lo ocurrido fue un asesinato político, nadie de los que estaba en el poder dio una explicación satisfactoria de cómo tanta gente se puso de acuerdo para tapar los hechos.

El Cerro Maravilla constituye una de las páginas más feas en la historia de nuestro país. Han pasado treinta y siete años, pero la memoria de dos mártires nos obliga a no olvidarla.